La Salud Pública tiene como objetivo prioritario la protección de la salud de la comunidad de una forma efectiva y eficiente, asegurando el control y erradicación de las enfermedades, teniendo en cuenta no sólo la salud y la enfermedad, sino también las cuestiones sociales y políticas que se relacionan con estas. Tiene un carácter multidisciplinar, ya que otras áreas del conocimiento están íntimamente relacionadas con ella. Es más, probablemente ninguna otra área del conocimiento abarque tanto como ella: la materia inerte (por ejemplo contaminantes físicos y químicos), lo social (hábitos saludables, la influencia en la población del Estado del Bienestar) y lo biológico (el estudio de genes o nutrientes).
Este carácter multidisciplinar supone necesariamente la creación y la transmisión de una base de datos conocimientos muy amplia, diversa pero específica a la vez por las diferentes ramas que toca (medicina, ciencias sociales, de la conducta, ambientales, biología…) para los futuros profesionales. El profesional de la salud pública debe estar en constante formación para poder desempeñar su labor de una forma óptima. Además, esta deberá estar adecuada a su nivel de responsabilidad y competencia para garantizar un correcto ejercicio profesional. Asimismo, han de ser las administraciones públicas quienes faciliten esta formación continuada para que los profesionales de la salud mejoren su desarrollo profesional y este redunde en la salud pública.
Históricamente, mientras que al principio todos los epidemiólogos eran médicos, esta situación ha ido variando por ese carácter multidisciplinario. De hecho, cada vez son más los expertos en este campo con formación de base diferente a la medicina. Por lo que es preciso aceptar ese carácter multidisciplinar para, por ejemplo, poder superar las posibles desigualdades en el ámbito laboral, que irían en detrimento de quienes sí tienen formación médica de base. Como se suele decir, adaptarse o morir.
Estos parámetros están en consonancia por lo expresado en 1987 por Kenneth J. Rothman en su libro ‘La epidemiología moderna’, donde aseguraba que la formación en Salud Pública no debe basarse en la formación inicial del profesional, sino que éste debe conocer y aprender los principios de la investigación epidemiológica y la capacidad de aplicarlos. La epidemiología ha desarrollado cambios en su fisionomía, de centrarse en los patrones de ocurrencia en enfermedades infecciosas ha pasado a incluir el estudio de ámbitos sociales y de otros contextos relacionados con la salud de la población.
En este sentido y respecto al apartado educacional, según este recomendable artículo en Gaceta Sanitaria, hay espacio académico para el desarrollo multidisciplinario de la salud pública en nuestro país, más allá de las profesiones consideradas sanitarias, justamente como comentábamos más arriba. La vinculación entre las competencias específicas de cada titulación y las actividades de salud pública permite identificar los contenidos de esta materia que deben incluirse en sus programas.
Esto permite la adecuación de los contenidos de la salud pública de las universidades españolas a los programas de grado y posgrado, tal y como marca el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), de forma que se puedan capacitar los diferentes perfiles profesionales. De todas estos estudios podemos sacar en claro que son muchas las titulaciones y ámbitos del conocimiento que cuentan con competencias para las funciones de salud pública. La mayoría pueden participar en actividades de análisis de la situación de salud de la sociedad, diseñar y ejecutar programas e intervenciones sanitarias, fomentar la participación social y el control de la ciudadanía sobre su salud. Sin embargo, las actividades de control de enfermedades y de gestión de servicios y programas siguen restringidas a las profesiones sanitarias.